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Hay una emoción que debería tener su propia palabra intraducible en alemán:
cuando te juntás con una amiga después de un tiempo sin verse, y en el camino de vuelta a tu casa te sentís revitalizada, con nuevas ideas, habiendo compartido una comida y puntos de vista, porque en esas dos o tres horas renació un mundo. Ese sentimiento es el que me llevó a escribir esta crítica de My Dinner with Andre, (1981, Louis Malle).
Quizás de esto hablaba Borges cuando decía que la amistad no necesita frecuencia, a diferencia del amor romántico.
Reseña y Análisis
My Dinner with Andre es una película dramática de 1981, con algunos tintes cómicos. Un clásico que ha sido referenciado y parodiado cientos de veces en la cultura popular. Está dirigido por Louis Malle, con los actores y dramaturgos Wallace Shawn, y André Gregory a cargo del guión, quienes a su vez dan vida a los personajes Wallace y André en la pantalla.
Dos amigos, que no se ven desde hace varios años, se encuentran una noche para cenar, hablan durante dos horas y se despiden. Una historia tan sencilla y fácil de resumir como enriquecedora.


Recomiendo verla más de una vez pero dejando pasar un tiempo entre cada visionado. Es el tipo de película a la que siempre se le encuentra algo nuevo, porque cada vez que volvamos a ella vamos a ser una persona diferente. La verdadera I’m not the same person I was one movie ago.
Debí haberme quedado en casa
La película empieza con un plano general de una Nueva York opaca, vacía, sucia, y gris. Luego aparece Wallace y por medio de un voice-over nos enteramos de que está en camino a un restaurante para encontrarse con André, un viejo amigo, y de lo difícil que es su vida como dramaturgo.
Esta breve secuencia es todo lo que necesitamos para conocer al personaje. Sabemos que Wallace no logra llevar sus obras al escenario, que tiene problemas financieros, tampoco tiene suerte con la actuación. Cuando era chico vivía rodeado de comodidades, viajaba en taxis y sólo pensaba en el arte y en la música. Ahora, con 36 años, solamente piensa en el dinero, su principal preocupación, y en tachar ítems de su lista de cosas pendientes.


André, por otra parte, luego del éxito de una de sus obras, decide retirarse del mundo del teatro, y pasa varios años viajando, lejos de su familia, disfrutando de su riqueza y buscando diferentes experiencias para ampliar su conciencia.
A Wallace la idea de encontrarse con André no lo seduce en absoluto. La perspectiva de compartir una cena lo pone muy nervioso, ya que últimamente había escuchado historias extrañas sobre él, luego de haberle perdido el rastro durante tanto tiempo, pero aun así acepta la invitación de su viejo amigo.

A partir de ese momento y durante la próxima hora y cuarenta minutos, la historia se centrará únicamente en la conversación que mantienen estos dos amigos mientras cenan sopa de papa y codornices asadas.
Lo que me parece tan cautivante de esta película es la forma en que la narración fluye de forma orgánica. Fue filmada en dos semanas, pero parece que el rodaje hubiera durado dos horas reloj. Don’t you just love cinema?


La conversación empieza con lo que podría considerarse un monólogo de André sobre su vida durante estos últimos años. En este punto no queda muy en claro si Wallace la está pasando bien o mal.
Cuando vi la película por primera vez me costó seguirle el hilo a la narración de André, me sentía perdida, pero no podía dejar de prestar atención. La historia está tan bien sostenida gracias a los movimientos de cámara y las actuaciones, que es imposible despegar los ojos de la pantalla.
Podría vivir siempre en mi arte, pero no en mi vida
Pasada la primera hora, Wallace comienza a involucrarse más en la conversación, y las experiencias de André pasan a un segundo plano. La charla se vuelve más filosófica mientras los personajes se hacen preguntas sobre qué significa vivir de forma auténtica, qué es el éxito, y quiénes somos fuera de los roles que otros nos asignan o nos asignamos.
Al principio de la película, Wallace recuerda que un amigo en común se había encontrado con André, quien había estado llorando por una escena de la película Autumn Sonata, en la que el personaje de Ingrid Bergman dice «Podría vivir siempre en mi arte, pero no en mi vida». Creo que ahí está la clave para analizar esta película.


En esta segunda parte de la historia queda muy en claro que ambos personajes ven el mundo desde una óptica distinta.
André está convencido de que a la sociedad occidental le falta autoconciencia, y que una vida llena de comodidades lleva a un adormecimiento y a una pérdida de registro sobre lo que sucede a nuestro alrededor, sobre el lugar que ocupamos en el mundo y sobre cómo podemos cambiar el sistema en el que estamos inmersos.
Creo que André tiene una visión muy inocente del mundo, ya que si bien se ha visto involucrado en situaciones extremas y fuera de lo común, buscando la trascendencia del ser y verdades universales, siempre se han dado en un entorno controlado y acompañadas de una copa de vino.
En la última parte de My Dinner with Andre, Wallace empieza a ver su vida bajo otra lente, y encuentra un valor en la sencillez de su rutina y en las cosas que realmente le dan felicidad.
¿Es necesario que vayamos al Everest para percibir la realidad? ¿El Everest es más real que Nueva York? ¿No hay la misma realidad en una cigarrería que en el Everest?
Este diálogo me parece fundamental para entender el cambio que se genera en Wallace.
El regreso a casa
Finalmente los últimos minutos de la película nos regalan una escena para el recuerdo.
La última frase de André deja al público y a Wallace reflexionando durante unos segundos, hasta que la cámara cambia de posición y cuando nos queremos dar cuenta de lo que está pasando aparecen los mozos limpiando las mesas. La conversación terminó, el restaurante está por cerrar sus puertas, y ya no hay nada más para decir.
Wallace decide tomarse un taxi de regreso a su casa, pero la persona que vuelve para contarle a su novia todo sobre su cena con André, no es la misma que hace unas horas llegaba al restaurante apesadumbrado y ansioso.
Ya no está encerrado en sí mismo, o escondido en un plano general de la ciudad, sino que toma protagonismo en el centro del plano. Mira la ciudad con otros ojos, las luces, los colores, cada lugar significa algo para él, y se da cuenta de que todas las experiencias están conectadas.


Lo que vuelve a My Dinner with Andre tan especial y tan interesante a la hora de hacer un análisis, es que nos muestra lo mágico de sentarnos a escuchar durante dos horas una historia, una forma de arte que se ha perdido con los años.
Nunca vemos lo que los personajes están contando, sólo son dos personas hablando, y todo sucede en nuestra imaginación, sin ningún tipo de soporte visual, como si estuviéramos escuchando un cuento en nuestra niñez.
Los invito a dejarse cautivar por My Dinner with Andre, una película que nos pide bajarle el volumen a la vida para conectar con emociones humanas básicas.
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