Crítica de The Substance (Coralie Fargeat, 2024)
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El cuerpo de una mujer vieja, a diferencia del de un anciano, siempre se entiende como algo que ya no se puede mostrar, ofrecer ni descubrir. A lo sumo se lo tolera con atuendo. La gente aún se incomoda al pensar qué vería si se le cayera la máscara, si se quitara la ropa.
Los dos cánones del envejecimiento (Susan Sontag, 1972)
Así pues, el propósito de las mujeres, al vestirse, maquillarse, teñirse el cabello, someterse a una dieta intensiva o a cirugía plástica facial no es solo ser atractivas. Son modos de defenderse contra un profundo nivel de desagrado dirigido contra las mujeres y que puede llegar a convertirse en aversión.
Que en paz descanses, Susan Sontag, te hubiera encantado The Substance.
The Substance (2024) es la nueva película de la directora y guionista francesa Coralie Fargeat, una crítica mordaz que utiliza la sátira y el body horror para crear un reflejo retorcido de la cultura tóxica de la belleza, y la tiranía de la juventud eterna. Una temática que Coralie había empezado a explorar diez años atrás con su cortometraje Reality+.
Sin ir más lejos, hoy en día somos testigos de una tendencia global conocida como Cara de Instagram, un término acuñado por la escritora Jia Tolentino en su ensayo The Age of Instagram Face, en el que explora cómo las redes sociales y la cirugía plástica están reescribiendo los rostros de las mujeres, para que se correspondan con sus propios intereses.
¿Alguna vez soñaste con una mejor versión de vos mismo?
Esta es la pregunta que no necesita una respuesta, y que arrastra a Elisabeth Sparkle (Demi Moore), la protagonista de The Substance a una pesadilla de horror, sangre, vísceras, y un poco más de sangre en la búsqueda de un cuerpo que no sabe del paso del tiempo.


¿Quién es Elisabeth Sparkle?
Elisabeth es una ex estrella de Hollywood que tuvo su mayor momento de gloria cuando ganó el Oscar por una película que ya nadie recuerda, para finalmente ponerse al frente de un popular programa de aeróbics por TV.
Su cumpleaños número cincuenta la encuentra sola en su lujoso departamento de Los Ángeles, sin llamadas por atender, sin visitas a las que recibir, ni nadie con quien brindar por el inexorable paso del tiempo.
La realidad de Elisabeth empieza a desdibujarse cuando Harvey (Dennis Quaid), el productor de su programa, le anuncia que ha sido despedida y que su lugar será ocupado por una conductora más joven.


El miedo a volverse invisible y ser olvidada la lleva a descubrir La Sustancia, una droga del mercado negro que promete convertirla en su mejor versión, una Elisabeth más joven, hermosa y perfecta.
En este sentido me recuerda a What Ever Happened to Baby Jane? (Robert Aldrich, 1962), una película sobre el envejecimiento, la relevancia y la rivalidad entre hermanas, que muestra las miserias de una ex estrella infantil.
Cuando Elisabeth prueba La Sustancia, aparece en escena de su alter ego Sue (Margaret Qualley), quien parece ser todo lo que los productores de TV y el público habían estado esperando. Una figura joven, bella, atlética y con un nombre corto, dulce y fácil de recordar.



La tentadora promesa de juventud y fama renovadas empieza a perder su atractivo cuando Elisabeth descubre que La Sustancia viene acompañada de inesperados efectos adversos.
Sos una y no podés escapar de vos misma
Al igual que sucede en Black Swan (Darren Aronofsky, 2010) o Perfect Blue (Satoshi Kon, 1997), la obsesión y la identidad fragmentada de sus protagonistas desencadenan un desdoblamiento de la personalidad, y así como un adicto desestima su propio comportamiento, Elisabeth se niega a reconocer en Sue ese lado oscuro propio. El lado responsable de su autodesprecio, que busca la validación de personas desagradables y mezquinas, el lado que de a poco consume enteramente la fuerza vital del cuerpo de Elisabeth, para luego desecharla y apoderarse de su vida.



Negarse a hacer las paces con la persona que fue, con la que es y con la que la sociedad espera que sea es tan fuerte que Elisabeth y Sue se convierten en dos entidades separadas, pasando por alto las consecuencias que la adicción a La Sustancia ha desencadenado.
Luces, Cámara, y Gore
Quiero detenerme en la parte técnica, porque a pesar de tomar muchos recursos propios del Gore y el Body Horror, pero de una forma más estilizada y plástica, The Substance no deja de ser un gran despliegue artístico, demostrándonos que tanto Carolie Fagreat como su director de fotografía Benjamin Kračun conocen el lenguaje audiovisual, y saben cómo contar una historia desde la imagen.


El departamento de Elisabeth es un santuario vacío, una prisión de cristal, fría, y silenciosa, y es el escenario en el que vamos a presenciar su violenta transformación.
No hay libros, ni fotografías de familiares o amigos, nada que nos indique quién vive allí o cuáles son sus intereses o hobbies. Una gigantografía de una Elisabeth más joven y radiante como un Dorian Gray que ocupa toda una pared le recuerda que hubo un tiempo en el que la gente se detenía a fotografiar la estrella con su nombre.
La cocina es pequeña y estrecha, nada parecido a lo que esperaríamos encontrar en el departamento de una celebridad, un lugar que se hace eco de la falta de interés de Elisabeth por invitar a otras personas a su vida, y nutrir los vínculos.



Por otro lado tenemos el baño, el verdadero espacio protagonista de esta historia. Amplio, y frío como un laboratorio. Las paredes desnudas cubiertas de azulejos blancos no invitan a la introspección de ningún tipo. Es el lugar donde Elisabeth se encuentra en su punto más vulnerable, sometiendo a su cuerpo a un implacable escrutinio, y sin ver más allá de la imagen que le devuelve el espejo.
Algo que me parece interesante rescatar es el trabajo que realizó el departamento de arte, ya que todos los efectos especiales se hicieron de manera práctica, con construcciones, maquillaje, prótesis y sangre falsa.
Este increíble trabajo en equipo estuvo acompañado de una dirección de fotografía muy bien pensada. La forma de retratar a los personajes y las transformaciones que sufren nunca es al azar, y siempre hay una intención detrás de cada lente, encuadre y movimiento de cámara que se elige usar.


Al principio de la película los planos de Elisabeth son simétricos, centrados, abiertos y estáticos, muchas veces con la cámara acompañando sus movimientos de una forma muy lineal, con recursos que recuerdan a películas clásicas de los años 80, y reflejando el orden y el control al que Elisabeth se aferra.
Una vez que su mundo comienza a desmoronarse, los planos y los ángulos empiezan a perder simetría, y los encuadres y movimientos se vuelven más caóticos y extremos.
La forma de grabar a Sue es bastante diferente, en este caso los movimientos son más fluidos, con técnicas propias de producciones más contemporáneas, con tomas más coloridas, vibrantes y dinámicas.


Benjamin Kračun buscó diferenciar los mundos de ambos personajes, y no sólo se limitó a pensar los movimientos de cámara, sino que utilizó una lente especial de color rosa en espiral para enfatizar el color y la vitalidad de Sue, mientras que para generar contraste eligió iluminar a Elisabeth con una luz dura y colores más fríos y tonos azules.
The Substance también toma como referencia varios planos de algunas películas clásicas como The Shining (Stanley Kubrick, 1980), Lost Highway (David Lynch, 1997) y Psycho (Alfred Hitchcock, 1960), y los traslada a su mundo.
Más allá de que Coralie se dió el gusto de homenajear a estos directores, si prestamos atención vamos a notar que estas referencias siempre están presentes en las escenas de Elisabeth. ¿Es esta otra forma de vincular a Elisabeth con un pasado y una tradición en la forma de filmar que ya no existen?


The Substance es una historia de terror, pero también es sobre la soledad y la desconexión, no sólo con uno mismo, sino también con el entorno, y sobre cómo es vivir en un mundo dominado por la obsesión narcisista y el hedonismo como una forma de adicción.
¿Qué hace una persona insegura cuya única relación significativa es con una versión más joven de sí misma? Intentar ser relevante a toda costa, buscarse en los ojos de un otro que le diga que sigue siendo la mujer más hermosa del mundo.
Las mujeres disponen de otra opción. Pueden aspirar a ser sabias, no solo agradables; a ser competentes, no solo serviciales; a ser fuertes, no solo elegantes; a ser ambiciosas para sí mismas, no solo en relación con los hombres y los hijos. Solo de ese modo podrán permitirse envejecer con naturalidad y sin vergüenza, protestando activamente y desobedeciendo las convenciones derivadas de los dos cánones sociales del envejecimiento. Las mujeres deberían permitir que sus rostros muestren la existencia vivida. Las mujeres deberían decir la verdad.
Los dos cánones del envejecimiento (Susan Sontag, 1972)
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