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En el juego de transformar las palabras en imágenes y sonidos, hay un director que se destacó por tomar prestada una historia y vestirla con un lenguaje propio: Michelangelo Antonioni.
Blow-Up (1966) es una adaptación del cuento Las Babas del Diablo (1959, Julio Cortázar), que a su vez está inspirado en una anécdota del fotógrafo Sergio Larraín. Si bien no se trata de una adaptación al pie de la letra, lo que sí es seguro es que Antonioni logró capturar la esencia de la historia original, regalándonos un clásico emblemático y atemporal.

* En la jerga fotográfica «blow up» se entiende como una gran ampliación durante el revelado de una foto.
Crítica de Blow-Up
El protagonista del cuento Las Babas del Diablo es Roberto Michel, un traductor aficionado a la fotografía y al exceso de imaginación. Un día sale a pasear con su cámara por las calles de París y se entretiene observando a dos personas en un parque. Cuando revela el rollo, descubre que la foto que sacó esconde una historia diferente a la que él creyó presenciar. ¿Cuál es la verdadera? ¿La que cuenta Roberto o la que cuenta la foto?

Michel es culpable de literatura, de fabricaciones irreales
(Las Babas del Diablo, Julio Cortázar)
Por otra parte, Blow-Up está ambientada en Londres durante la época del Swinging London a fines de los años 60, y tiene como protagonista a Thomas (David Hemmings), un famoso fotógrafo mod cuyo mundo gira alrededor de la moda, la fotografía, y las mujeres, mientras intenta llenar un vacío en su vida. A partir del revelado de unas fotos que toma en un parque, descubre que ha sido testigo involuntario de un crimen, lo que lo lleva a un estado de crisis.
En el cine de Antonioni la percepción es fundamental. Si vemos algo durante mucho tiempo, ese algo pasa a ser otra cosa. Por eso no es raro que se haya interesado por un cuento que se sostiene en la mirada, poniendo en juego la relación entre sujeto, arte y realidad.
En su libro Sobre la Fotografía (1977), Susan Sontag dice: «(…) las fotografías alteran y amplían nuestras nociones de lo que merece la pena mirar y de lo que tenemos derecho a observar. Son una gramática y, sobre todo, una ética de la visión».
Blow-Up es una representación de este proceso, un drama sobre la «ética de la observación».

El Frenesí de los 60
Antonioni se interesó por un momento particular de la cultura londinense, marcado por la moda, los fotógrafos, el pop, los Beatles, las drogas, y la libertad sexual, todo lo que constituyó una vanguardia artística y masiva durante los años 60.
En contraste con la locura y el frenesí de los swinging sixties, el director nos muestra la soledad y la alienación de los personajes.
Esta fragmentación de la realidad y sensación de distanciamiento y desconexión se refuerza con algunas decisiones estéticas, como por ejemplo, jugar con las expectativas del público al ocultar los rostros de los personajes en ciertos planos.



Blow-Up es la antítesis de todo lo que parece ser.
Es una fantasía sobre un hombre que vive un estilo de vida con el que muchos sueñan, y a pesar de todo, está completamente aburrido, se siente vacío, quiere ser «libre», aunque no sabemos qué significa la libertad para él, mientras que toda la película lo deja en evidencia a través de sus actitudes misóginas y sus distracciones frívolas y sin sentido.
El vacío siempre estará ahí. Thomas intenta ir más profundo, y seguir ampliando la fotografía, pero si sigue así, todo se convertirá en ruido e insignificancia. Para vivir el juego, tiene que aceptarlo y vivir la mentira.

La película rescata lo anecdótico del cuento llevándolo en otra dirección, mientras mantiene la pregunta original ¿Cuál es la realidad, y cuál es la fantasía? ¿Quién es el narrador, y quién es el protagonista?
Dos historias que nos dejan más preguntas que respuestas, para volver a ellas y disfrutarlas con sus similitudes y diferencias.

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