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¿Te acordás qué estabas haciendo durante el 2020?
La pandemia del COVID-19 desencadenó una crisis económica, energética y social en todo el mundo, pero también nos obligó a poner la vida en pausa, y resignificar muchas cosas que antes dábamos por sentado.
Florecieron los hobbies, los cursos gratis, la lectura, las manualidades, los juegos, y los panificados. Conectamos con otros a la distancia, y dentro de nuestra propia casa, algunos lazos se fortalecieron y empezamos a nutrir aquello que más valorábamos. Buscábamos tener un lugar al que llamar hogar, y al que diera gusto volver, pero sobre todo, esta fue la época en la que el arte y la ficción se convirtieron en un refugio más que necesario para sobrellevar el miedo, la incertidumbre y la ansiedad.


La invasión de la virtualidad en los hogares hizo que muchas personas empezaran a perseguir el disfrute fuera de las pantallas, y por un momento pudimos vislumbrar cómo debería ser la vida. Al mismo tiempo, la filosofía del slow living (vida lenta) comenzó a tomar más relevancia, y se popularizó un estilo de vida fundamentado en el ejercicio de la atención plena en el momento presente.
Durante el 2020 había un sentimiento generalizado, sostenido en la creencia compartida de que cuando la pandemia terminara, las cosas iban a ser diferentes, que en la «nueva normalidad» se iba a fortalecer el sentido de comunidad.
Sin embargo, la pandemia terminó, y seguimos viviendo bajo un sistema competitivo y vertical que celebra la agresividad y en el que la sensibilidad es vista como una debilidad que hay que esconder, donde la vulnerabilidad es un defecto, y donde la crueldad está de moda.
El creciente desencanto por la pérdida de la noción del bien común (algo que por un momento había amagado con quedarse), es lo que llevó al director alemán Wim Wenders a viajar a Tokio, para rodar en sólo quince días su película Perfect Days.


Este sentido tan deseado de comunidad se mantuvo intacto en Tokio, luego de la pandemia, y eso fue lo que cautivó e inspiró a Wim Wenders. La existencia de un sentimiento menos individualista, y más enfocado en el amor y cuidado, tanto por el entorno como por los demás.
La atención como acto de amor
Hirayama, el protagonista de Perfect Days, lleva una vida sencilla, ordenada, tranquila, y a todas luces, feliz.
Vive solo en un pequeño departamento, y encuentra paz y serenidad en su rutina diaria, en el trabajo bien hecho y en darse sus pequeños gustos.
Se despierta al amanecer, riega sus plantas, se compra un café, sube a su camioneta, le da play a uno de los casetes de su colección de clásicos de los 70 y 80, y emprende el camino para empezar una nueva jornada laboral limpiando baños públicos.
Con la meticulosidad y la paciencia de un monje, recorre diferentes baños del distrito de Shibuya, tomándose su tarea con la seriedad y el amor que sólo se consiguen mediante la atención plena.
Wim Wenders es un gran admirador de Japón y su cultura, por lo que cuando le propusieron hacer un documental sobre los nuevos baños públicos diseñados para los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, vio el potencial para hacer algo mejor. Ahí había una historia para contar, y no cualquier historia, sino una sobre la hospitalidad y el sentido de comunidad en Japón.
En Perfect Days, Wim Wenders no deja pasar la oportunidad de rendirle homenaje a uno de sus ídolos, el cineasta japonés Yasujiro Ozu, conocido por su forma de contar historias enfocadas en la cotidianidad de los personajes, sostenidas en un ritmo pausado, contemplativo, y con una estética minimalista.


Regrese a la cocina. Contemple las tazas blancas, listas para ser utilizadas, y sienta que son la expresión de un desastre cotidiano, un tedioso desastre de ocho a veinte, de lunes a lunes, mes tras mes. Sienta terror de que todo se derrumbe. Sienta una necesidad intensa de que todo se derrumbe. Entienda qué es lo que le sucede — toda esa desazón lacerante, esa piedra de la locura— y deje de entenderlo un segundo después. Lave las cucharas que están en la pileta. Sienta un desánimo descomunal al pensar en todas las cucharas que ha lavado y en todas las que tendrá que lavar hasta el día en que se muera.
Instrucción 13 (Leila Guerriero, Teoría de la Gravedad)
«Tómatelo con calma. Se ensuciará de nuevo de todos modos.», le dice Takashi, su compañero de trabajo. Claramente, Takashi no conoce a su público, porque si hay algo que Hirayama disfruta es el estar presente en cada momento, y hacer todo a su propio ritmo.
La próxima vez es la próxima vez. Ahora es ahora
A diferencia del personaje de Bill Murray en Groundhog Day, Hirayama no siente ningún tipo de apuro por «aprovechar el tiempo». Nada lo apremia, ni siente que se esté perdiendo de algo, sino que está satisfecho y contento con la felicidad que encuentra en los placeres más sencillos, después de todo ya logró lo más importante: disfrutar de la fiesta sin pensar en que hay una fiesta mejor en otra parte.

Hirayama es un personaje del que no sabemos mucho, sobre todo porque permanece en silencio la mayor parte del tiempo, y la trama nos revela lo mínimo e indispensable sobre su persona. Todo esto es mérito no sólo del director, sino también del actor Kōji Yakusho, quien logró una interpretación de lo más entrañable, ya que sólo necesita de su mirada para comunicar el mundo interior y las emociones del protagonista.
Sabemos que Hirayama se ha alejado de su familia y que ha dejado atrás un pasado que probablemente fue duro para él, en la búsqueda de una nueva vida .Es un personaje que parece vivir fuera de su tiempo, ya que su relación con las nuevas tecnologías es casi inexistente, y prefiere llevar un estilo de vida más analógico.


Convertir las interrupciones y los imprevistos del día en momentos de pausa para entregarse a la contemplación, la sorpresa al revelar un rollo de fotos, cenar en el mismo lugar de siempre, musicalizar cada día, leer un libro antes de dormir, y vivir persiguiendo la belleza. Eso es un día perfecto para Hirayama.
Sin embargo, esto no siempre es así. La irrupción de la familia de Hirayama en su rutina lo sacan de su mundo por un momento para recordarle que la vida continúa, que las personas llegan y se van, que las estaciones y los ciclos se suceden, y que las cosas cambian, pero no para Hirayima, su refugio está en la ausencia del cambio.
¿Es un ermitaño que dejó una vida acomodada detrás? Lo que sabemos con certeza es que Hirayama logró lo que muchos desean, ser amo de su tiempo.


En un mundo dominado por la inmediatez, la ansiedad, la velocidad, y la hipercomunicación fuera de control, que nos empuja a la productividad constante y a «aprovechar el tiempo», sentarnos a contemplar las sombras de los árboles es un acto de rebeldía.
Hoy en día los estímulos son tantos que el aburrimiento se convirtió en un bien escaso. Ni siquiera los niños tienen permitido aburrirse. Los momentos de aburrimiento son percibidos como una alarma, un silencio que hay que tapar con un nuevo estímulo, y no como una oportunidad para usar la creatividad y dejar que surjan nuevas ideas.
¿Estamos frente a un nuevo clásico de esta década? Sólo el tiempo lo dirá.
Soy de la idea de que los clásicos son historias a las que siempre queremos volver cuando el mundo se vuelve muy ruidoso, porque tienen el don de recordarnos, como dice Hirayima que la próxima vez es la próxima vez, y que ahora es ahora.
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